Los hombres que construyen montañas
A menudo las montañas se usan como símbolo de lo inquebrantable, inmutable y eterno. Sin embargo, la generación de las condiciones ideales para los deportes de invierno frecuentemente requiere de la transformación de toneladas de suelo, rocas y vegetación para lograr el acuerdo entre las necesidades de los complejos turísticos, los residentes y los ecosistemas que comparten las montañas.
Paul Mathews necesita una gran cantidad de máquinas para hacer su trabajo: satélites, helicópteros, excavadoras y retroexcavadoras. También unidades de GPS, teléfonos inteligentes y una gran flota de camiones. Pero cuando se sienta en su escritorio en Whistler, en la provincia canadiense de Columbia Británica, la herramienta más valiosa que tiene es una hoja de papel fino, brillante y traslúcido como la piel de una cebolla. Con él, puede construir montañas.
Mathews es el presidente de Ecosign, una de las pocas compañías que se especializan en la construcción tanto de pistas de esquí como de las instalaciones que se encuentran a sus pies. Con la mano, pone ese papel sobre mapas de las montañas y esboza las líneas de lo que eventualmente se convertirá en un completo conjunto de magníficas pistas esquiables.
«El trabajo de diseño sigue siendo manual: no hay equipo que pueda hacerlo», dice Mathews, un rudo hombre de montaña que se crió en una familia de esquiadores en el estado norteamericano de Colorado y que hace mucho tiempo es residente de Whistler, un pueblo turístico y gran centro de deportes invernales a 125 km al norte de la ciudad de Vancouver. «[La hoja] se posa sobre estos mapas diferentes para que podamos pasar de uno a otro. El diseño es una cosa única, que está en la cabeza de la persona que está soñando algo. Los ordenadores o computadoras solo nos dan las herramientas de fondo».
El proceso de diseño de una pista de esquí requiere de tiempo, esfuerzo y una inmensa cantidad de dinero. El diseño de un complejo invernal único puede costar más de un millón de dólares antes de que comience su construcción. Sin embargo, en momentos en que China y los países del antiguo bloque soviético están dispuestos a gastar millones de dólares en nuevas pistas, esta es una habilidad que está en alta demanda. Mathews y su equipo trabajaron recientemente en las laderas de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2014 en Rusia, y convirtieron las montañas del Cáucaso Occidental que rodean la ciudad de Sochi en un centro de esquí que seguirá atrayendo a multitudes largo tiempo después de que estas competencias internacionales se hayan terminado.
«A decir verdad, Dios no hizo mucho terreno apropiado para esquiar». Paul Mathews
Entonces, ¿cómo se toma un monte virgen y se convierte en esquiable?
Se inicia con el mapeo, la representación diagramática de la geografía de un lugar determinado. Los diseñadores de pistas de esquí empiezan desde lo alto, tomando fotografías satelitales de hasta 28.000 km² de cordillera. «El mapeo de alta precisión es una herramienta muy importante para nosotros», dice Peter Williams, planificador jefe de montañas de SE Group, una empresa que es posiblemente el mayor competidor de Ecosign y que ha sido la pionera de gran parte de esta ciencia desde su fundación en los años 50. «Se debe invertir dinero para obtener los mapas con intervalos de curva de altura bastante precisos y pequeños». Esa información les permite poder calcular los niveles de radiación solar y determinar la exposición y la pendiente de cada parte del terreno con el fin de encontrar áreas con las mejores laderas para la producción de nieve polvo y seca, nieve perfecta.
Después de identificar tramos con condiciones óptimas de nieve, los diseñadores deben reducir su selección para determinar los que en realidad son esquiables. Algunos resultan ser demasiado empinados o demasiado planos. Otros tienen arroyos, rocas apiladas, vegetación densa u otros obstáculos. «A poco andar», dice Mathews, «uno tiene en esta gran área muchos lugares a los que no se puede ir».
Las pistas que se pueden usar son luego codificadas con colores de acuerdo al grado de dificultad para los esquiadores, y se hace una selección final para lograr un centro invernal cuidadosamente equilibrado. Si hay demasiadas pistas empinadas y difíciles, se ahuyentaría a los novicios, pero si hay demasiadas pistas adecuadas para los principiantes, los esquiadores profesionales se podrían aburrir. Por supuesto, las pistas deben estar conectadas entre sí y convergir en los lugares desde los cuales los esquiadores pueden acceder al inicio de las pistas. «Hay que determinar los mejores lugares para instalar los andariveles», dice Williams. «Hay que asegurarse de que la circulación funcione para que sea posible ir de un lado de la montaña a otro con facilidad».
Es posible que un esquiador promedio conozca el trabajo de Paul Mathews, porque su compañía ha diseñado más de 320 áreas de esquí en 34 países, desde Canadá hasta China.
Naturalmente, no todas las decisiones se pueden hacer en la mesa de dibujo: los diseñadores de pistas deben salir a terreno. Los equipos salen en motos de nieve o helicópteros, y trabajan tanto en verano como en invierno para tener una buena idea del terreno. «Cuando empecé», dice Mathews, «tomé una brújula, un cronómetro y una huincha de medir. ¡Tuve que sondear mi recorrido a campo traviesa! Hoy en día es mucho más fácil: los chicos jóvenes en la oficina ya no tienen que hacer eso».
El trabajo puede ser peligroso. A menudo, los diseñadores deben trabajar en terrenos donde la capa de nieve está suelta y aludes o avalanchas mortales puede acumularse en cascada montaña abajo. En 1988, Mathews estaba en el monte Odlum, en las Montañas Rocallosas canadienses, trabajando para los Juegos Olímpicos de Invierno de Calgary. Él y un colega volaron en un helicóptero AStar, de fabricación francesa, y mientras daban vueltas alrededor de la cima de la montaña, se hizo evidente que el helicóptero era demasiado pesado. Mathews le pidió al piloto que los bajara a la nieve y los esperara, pero no escuchó.
«Muy pronto logramos salir de la máquina, y cuando volaba a unos 80 metros de altura», Mathews recuerda, «oí la alarma de detención del motor, y el helicóptero cayó en espiral como un martillo. Se estrelló a 30 m de distancia de nosotros y el fuselaje se rompió en dos. Más tarde determinaron que tenía un exceso de peso, y que el piloto no sabía para nada volar en las montañas».
Aun así, con un poco de suerte, después de seis meses de recolección de datos y la elaboración de mapas, el papel translúcido como tela de cebolla ya está todo marcado con líneas esquiables. Ahora viene la parte difícil: la construcción de las propias pistas, que es un proceso que puede tomar años.
Hay una cualidad casi zen en este trabajo, ya que aunque la nieve excelente es el objetivo final, no es el factor más importante. Los centros invernales pueden hacer nieve (y la mayoría de ellos lo hacen y engalanan sus pistas con cañones de nieve), pero no pueden crear un buen terreno. Sólo pueden encontrar terreno que funciona y luego mejorarlo, y los buenos diseñadores de pistas deben saber tanto acerca de la botánica como sobre la forma de moverse por una pista diamante negro.
La hierba es beneficiosa. Cuenta con una amplia zona de la raíz y deja que la tensión de humedad del suelo sea lo suficientemente alta como para evitar que los árboles se arraiguen. Siempre que sea posible, los diseñadores plantan semillas de césped, apoyándose en enormes excavadoras que se mueven con dificultad montaña arriba para levantar el suelo. Se cortan al ras todos los árboles del sector, y los troncos se levantan en helicóptero o se tiran cerro abajo con cables. Algunos obstáculos se resisten incluso a las grandes retroexcavadoras, dice Mathews, y se requieren medidas más extremas: «A veces tenemos que hacer estallar un poco de materia rocosa que nos da problemas, a continuación tenemos que cubrirla con tierra y luego replantar la hierba. Si todo el trabajo queda listo en el otoño, la siguiente primavera, la nieve se derrite y riega el suelo, con lo que no es necesario tocarlo. En junio brota una hierba hermosa y verde brillante.
«El impacto ecológico que producen varía mucho», dice el ambientalista Gavin Feiger. «Los factores más importantes son el periodo de las obras de construcción, el tipo de habitat que se altera, y la cantidad. Si se ponen a trabajar en el otoño para despejar algunas pistas, el efecto no va a ser tan grande porque no va a haber tanto escurrimiento ni erosión. Si lo llevan a cabo en la primavera, se produce erosión apenas comienza el deshielo».
A veces, quizás sorprendentemente muy de vez en cuando, los equipos deben ir bajo tierra para modificar el propio terreno. La capa de tierra vegetal se extrae con una retroexcavadora y se almacena hasta que el suelo de debajo esté inclinado correctamente. Se sustituye la tierra vegetal, y se esparce la semilla y el abono de heno para restablecer la hierba de nuevo. «Podemos cambiar el ángulo de la pendiente a uno de grado relativamente menor», dice Williams. «No es posible ir y hacer cambios masivos en la loma [...] Se puede graduar el ángulo de los bordes de la pista para que sea lo suficientemente amplia como para esquiar. Pero así el proceso se vuelve muy caro muy rápidamente».
Por cierto, las buenas pistas de esquí no son nada baratas. Se pueden gastar decenas de millones de dólares en un único centro invernal, y dado que el número de nuevos centros en construcción es cada vez menor, la competencia es feroz. Tanto SE Group como Ecosign se han expandido en Asia y Europa del Este para ayuda a desarrollar las montañas de China, así como en lugares tales como Bulgaria, Kazajstán y el ya mencionado Sochi. No hay duda de que algunos de los mayores retos para un nuevo conjunto de pistas de esquí provienen del hombre y no de la naturaleza, ya que los gobiernos y las corporaciones cubren las montañas de burocracia.
Asimismo, hay asuntos ecológicos, de los grandes. Las montañas son ecosistemas complejos, y los diseñadores de pistas de esquí a menudo son objeto de críticas por lo que hacen. Cuando Ecosign fue a Almaty, en Kazajstán, para trabajar en las montañas que comparten espacio con un parque nacional, se enfrentaron a la ira de los residentes. El aumento de la contaminación del aire y la puesta en peligro de la fauna eran las principales preocupaciones, y algunos activistas sostuvieron que el desarrollo dañaría el hábitat de un leopardo de las nieves que es extremadamente escaso.
En esto hay una sensación de jugar a ser Dios, al hombre que toma la naturaleza y la mejora, un objetivo de proporciones casi bíblicas.
Mathews se muestra despectivo, y alega que los diseñadores rara vez usan más del 5% de la superficie total de una montaña. «Los Verdes son muy recelosos de nuestro trabajo», dice. «Hemos sido criticados en Kazajstán, Suiza y Canadá, incluso por querer ir a las montañas. A algunas personas les gustaría cerrar con llave las montañas».
Por supuesto que cuanto menos se altere la montaña, todos resultan beneficiados: los grupos ambientalistas, los constructores de pistas de esquí, y la gente que paga la cuenta. Dice Williams: «Tratamos de no cambiar demasiado el carácter físico de la montaña. Se genera un producto de esquí mucho mejor si contiene algo natural, con tazones para snowboard abiertos y puestos de árboles abiertos, para los cuales no se necesita hacer mucha nivelación. Así se crea una experiencia de esquí mucho más interesante».
Tanto Mathews como Williams destacan la necesidad de variedad y las características naturales de sus pistas, y que los esquiadores y practicantes de snowboard alaban los resultados finales. David Benedek, ex snowboarder profesional y autor del gigantesco libro “Estado actual: Snowboarding” dice que la diversidad del terreno es clave. «Se necesita tener pendientes y giros para mantener el interés. Se debe cambiar continuamente. Se necesita una pista que [...] pueda funcionar en cosas como saltos cuando sea necesario».
Finalmente, cuando las máquinas excavadoras están de vuelta en sus garajes, y el papel de cebolla está guardado, los diseñadores realmente tienen la oportunidad de esquiar en sus creaciones. «Obtengo dos cosas de eso» –dice Mathews. «Una de ellos es mi propio gusto por esquiar en las pistas, y, en definitiva, la revisión del trabajo de todos mis compañeros. La segunda es estar en la telesilla y esquiar allí junto a los nuevos usuarios, y ver cómo disfrutan. Eso es lo que de verdad se gana. Ver a la gente que acude al centro invernal con una sonrisa en sus caras es muy gratificante».