Límites portátiles
Son aparentemente simples en diseño y tan comunes en nuestras ciudades que pasamos al lado de ellos sin fijarnos. Pero una vez que se despliegan, proporcionan una forma extraordinariamente eficaz para el control de masas, y permiten que incluso que unos pocos policías o guardias puedan contener y controlar con relativamente poco esfuerzo a grandes masas de personas.
A pesar de su avanzado estado de gestación, el 15 de febrero de 2003, mi vecina Rebecca fue a Manhattan para asistir a una manifestación contra la guerra de Irak. Aproximadamente 300.000 manifestantes se congregaron ese día en el barrio del East Side de Nueva York y vieron como, al igual que la semana anterior, un juez federal les prohibía el derecho a protestar por motivos de seguridad a raíz de los atentados del 11 de septiembre, y sólo permitía una concentración en un lugar determinado de la Primera Avenida. Camino a la manifestación, Rebecca y otros asistentes fueron poco a poco formando grupos en las avenidas Segunda y Tercera, guiados por la policía de New York, hasta verse acorralados dentro de un perímetro de vallas metálicas. Rebecca logró eventualmente abrirse paso hacia un lado de la multitud y suplicó poder salir, pero otros quedaron atrapados en esta prisión improvisada durante más de seis horas a temperaturas gélidas. Como no podían salir, algunos no tuvieron otro remedio que hacer sus necesidades en la calle y otros cayeron agotados.
Si lo comparamos con otras manifestaciones que han tenido lugar recientemente en ciudades como Estambul, El Cairo o Damasco, en esta de Nueva York apenas se registraron incidentes. Ese día no hubo muertos, y a pesar de las duras críticas que recibió el Departamento de Policía de Nueva York por sus tácticas de control, al final fueron pocos los actos de violencia manifiesta. Lo que distinguió a la protesta contra la guerra de Iraq de las anteriores, al menos en Nueva York, fue su asimetría: tan solo 5.000 agentes de policía consiguieron contener aproximadamente a 250.000 ciudadanos en contra de su voluntad, casi sin tocarlos ni hablar con ellos.
La innovación que lo hizo posible se remonta a 1951, cuando la empresa francesa Samia S.A. empezó a producir una valla de acero patentada que reformulaba los defectos de las de madera, que ya existían. Además de ser más ligera y rápida de montar, la valla Samia ostenta dos características notables. La primera consiste en que las barras metálicas que forman el grueso de la valla están dispuestas de forma vertical, lo que dificulta sorprendentemente la posibilidad de escalarlas. La segunda es se pueden inmovilizar entre ellas de tal manera que resulta muy difícil separarlas. Dos ganchos que miran hacia abajo en el lado de una valla se pueden conectar con dos cilindros huecos en el lado de otra. Esto solo ocurre cuando se colocan en un ángulo de 30 grados para formar la posición correcta. Una vez ensambladas y colocadas, la única manera de separarlas es posicionarlas en ángulo recto y levantarlas (pero eso es algo prácticamente imposible de lograr en grandes multitudes).
La valla Samia se desarrolló y patentó durante la revuelta social de los años 50 en Francia. Este sistema, más efectivo que el de vallas de madera y que requería de mucho menos personal que los cordones policiales, se convirtió en un método popular para el control de multitudes en muchas partes del mundo.
La valla Tamis Blockader, usada hoy en día por algunos departamentos de policía, incluyendo el de Nueva York, es casi idéntica a la desarrollada originalmente por Samia hace 60 años, lo que hace que sea algo así como un clásico del diseño moderno. Duradera, simple y totalmente efectiva, la «French barrier» (valla francesa, cómo se la conoce comúnmente en Estados Unidos) permite que un pequeño grupo de personas ejerza autoridad sobre otro mucho más grande, dirigiendo su flujo, negándole el acceso a zonas prohibidas o delimitando zonas restringidas.
Esto produce un fuerte impacto emocional. Estar atrincherado puede ser algo realmente aterrador, que es exactamente lo que se busca: una multitud que se siente impotente y que tiene miedo es más fácil de controlar. A pesar de ello, no puedo dejar de admirar el ingenio que lo hace posible. Un ángulo de 30 ° es algo muy sutil, que, sin embargo, no sólo indica un límite, que podría ser una cuerda de terciopelo o un cordón policial, sino que lo refuerza.
Las vallas francesas fueron en gran medida un fenómeno europeo durante las décadas de los 60 y 70, aunque en Nueva York no tuvieron acogida sino hasta después del año 2001. Esto hizo que la experiencia de Rebecca fuese aun más novedosa. El Departamento de Policía de Nueva York había empleado hasta entonces grandes caballetes de madera para el control de masas, explica el comisario adjunto, Paul Browne. Todavía se encuentran repartidos por la ciudad y se reconocen por su color azul brillante y su texto blanco marcado con esténcil. «Funcionan si la gente respeta la señalización “No cruzar”, pero es fácil pasar por debajo», indica Browne.
Todo esto cambió el 11 de septiembre de 2001. Más allá del daño físico inmediato que sufrió la ciudad, los ataques al World Trade Center también dejaron a Nueva York con una economía debilitada, lo cual se tradujo en una fuerza policial venida a menos. «En 2001, teníamos 41.000 agentes», dice Browne. «Pero a medida que la gente se mudó de la ciudad, no pudimos reemplazarlos […] En 2002 contábamos tan solo con 5.000 policías, y además teníamos que dotar de personal una nueva unidad de lucha contra el terrorismo». Más encima, decenas de organizaciones, en un acto de solidaridad, escogieron la ciudad de Nueva York para celebrar sus convenciones anuales, dándole al Departamento de Policía de Nueva York el doble de manifestaciones que controlar. «Grupos como el Foro Económico Mundial y el Partido Republicano estaban interesados en hacer sus convenciones aquí», recuerda Browne, y añade que el servicio de inteligencia había detectado una elevada presencia de Al Qaeda en la ciudad. «Así que, además de manifestantes como los de Seattle», explica en alusión a los disturbios relacionados con la cumbre de 1999 de la Organización Mundial del Comercio que se realizó en esta ciudad, «teníamos la preocupación real de un ataque terrorista».
Variaciones de la valla original Samia se pueden ver en salas de conciertos y actos deportivos, en festivales y manifestaciones, alrededor de construcciones y en desfiles: en pocas palabras, en cualquier lugar donde las multitudes deban ser dirigidas, restringidas o contenidas.
Bajo estas circunstancias, la introducción de las vallas francesas fue una buena solución. Su diseño garantizaba su estabilidad, y su capacidad de encadenarse unas con las otras redujo el número de agentes necesarios para controlar una manifestación. A diferencia de los caballetes, que necesitan una proactiva atención policial, las vallas francesas controlan las aglomeraciones de manera silenciosa y requieren de menos personal. «Ahora disponemos de unas 25.000 barreras» dice Browne, «y la mayoría de ellas las tenemos desde el año 2002». Actualmente, la policía neoyorkina tiene un gran almacén en el distrito de Queens, donde millares de vallas se encuentran bien agrupadas y ordenadas en hileras, listas para ser repartidas por una pequeña flota de camiones-plataforma reservados especialmente para esta tarea.
En las infrecuentes ocasiones en que una estampida de gente consigue derribar una de ellas, la barrera de protección de repente puede volverse peligrosa, porque los tobillos de los despistados pueden enredarse entre los barrotes; y las patas, a la altura de la ingle, son un gran peligro de empalamiento. Por este motivo, las páginas web de los fabricantes de vallas y las agencias estatales están llenas de informes detallados sobre medidas anti-vuelco. Algunos recomiendan sacos de arena. Otros reemplazan las patas puntiagudas por formas menos peligrosas.
A pesar de estos riesgos, las vallas francesas son una realidad en cualquier sitio donde se reúne muchísima gente. No sólo son habituales en manifestaciones, sino que también se encuentran en festivales de música, eventos deportivos y desfiles. Hace poco, en la calle donde vivimos Rebecca y yo, un comandante policial de Nueva York instaló una hilera de vallas a lo largo de la ciclovía para impedir que los vehículos radiopatrullas policiales se aparcasen allí, y ofrecer a los ciclistas una buena alternativa a tener que desplazarse en medio de autos o coches, y camiones. Esta acción ha sido elogiada por los grupos ciclistas locales como un ejemplo de cooperación eficaz entre la policía y las comunidades a las que sirven.
Gracias a este sistema de vallas conectadas entre sí, unas pocas personas pueden controlar multitudes.
En su conjunto, estos usos demuestran que a pesar de su capacidad de promover el temor y la manipulación, las vallas francesas no tienen nada inherentemente malo. Un martillo, un teléfono móvil o un cuchillo son objetos de gran utilidad que sirven justamente las funciones para las cuales han sido diseñados, lo que permite llevar a cabo la necesidad del usuario de manera eficiente y sin discusión.
Pero las herramientas también tienen límites prácticos, y su propia neutralidad significa que cualquier persona que entienda su funcionamiento puede impedirlo o transformarlo. En el caso de las vallas francesas, ser consciente de su presencia y su instalación es un buen comienzo. Mucho mejor aún es conocer cómo quitarlas en caso de necesidad: girarlas y luego levantarlas, comenzando por el extremo final de las vallas unidas.