De búnkers a empresas
Entre 1973 y 1982, el dictador albanés Enver Hoxha ordenó la construcción de cientos de miles de búnkers de hormigón destinados a proteger a su pueblo en caso de una invasión. Treinta años después de su muerte, los búnkers siguen esperando en las colinas, a lo largo de las playas, en los campos y esparcidos por las ciudades de Albania. Algunos de ellos están siendo empleados en nuevas funciones.
Enver Hoxha (1908–1985), el dictador que gobernó Albania de forma aislada del resto del mundo desde 1944 hasta su muerte en 1985, estaba convencido de que su país se enfrentaba a una inminente invasión tanto de parte de la OTAN como de la URSS. Para Haki Isufi, esto significó que a partir de los 12 años debía realizar en la escuela una hora diaria de entrenamiento militar. Cuando cumplió 14 años, ya había recibido un fusil de asalto Kalashnikov y se le había ordenado practicar el disparo desde la aspillera (ranura protegida para disparar) de un búnker de ocho toneladas de hormigón; algo fácil de cumplir porque en su patio había dos.
Estos refugios para dos personas eran parte de los aproximados 750.000 búnkers erigidos por el régimen de Hoxha. La construcción comenzó en 1967 y se intensificó drásticamente a fines de esa década, después de la invasión a Checoslovaquia por parte de la URSS y los países del Pacto de Varsovia, que habían sido aliados de Albania. La notoria presencia de búnkers implicaba que Isufi podía defenderse ante un ataque invasor desde cualquier lugar en donde se encontrase cuando comenzara tal desastre; desde su escuela, patio trasero o lugar de trabajo. «Me hacía sentir muy seguro en esa época», dice.
Nadie sabe exactamente cuántos de estos fortines de hormigón fueron construidos, pero las estimaciones oscilan entre 500 mil y un millón. La mayoría de ellos son pequeños qendër zjarri, búnkers como el de Isufi. Tienen 2,1 metros de alto y se componen de una base cilíndrica de 1,8 m de diámetro, con un techo en forma de cúpula con una aspillera estrecha y horizontal. Sus paredes de 0,3 m están reforzadas aun más en el lado frontal por una pared exterior semicircular y 0,6 m de tierra apisonada. También hay pikë zjarri, grandes búnkers, hechos de cenmento de 8 m de ancho por 5 m de alto, diseñados para proteger hasta diez ocupantes, cuyos muros de 1 m eran capaces de resistir el fuego continuo y a corta distancia de la artillería del enemigo. El consenso general según algunos registros militares dispersos, recuerdos personales y la investigación actual, es que había entre 24 y 27 búnkers qendër zjarri y un pikë zjarri por kilómetro cuadrado, una política de seguridad costosa contra el «imperialismo y revisionismo» extranjero que Hoxha temía. Los búnkers se encontraban por doquier en los centros urbanos y las bucólicas cimas de montes, los patios de juegos infantiles y los cementerios, y, por supuesto, las escuelas y los edificios habitacionales.
Las austeras estructuras de hormigón representaban la tradición de resistente autosuficiencia de Albania. De hecho, en la Segunda Guerra Mundial, fue el único país que se liberó de la ocupación por sus propios medios, sin ayuda extranjera directa.
Irónicamente, a pesar de que los búnkers fueron construidos para soportar el intenso bombardeo en una invasión por tierra que nunca llegó, están sucumbiendo ante el embate en tiempos de paz de la economía, la seguridad pública y el aborrecimiento del pasado. Isufi dice que vendió el acero de uno de sus búnkers, cuya extracción le tomó todo un fin de semana, por 300 € (400 US$), más que los 260 € (350 US$) del salario promedio mensual de un albanés. Aun así, mantuvo el otro búnker en su patio trasero como una casa para su perro guardián, tal y como en todo el país otros los han reutilizado como gallineros, silos, talleres y otros usos. La transformación de estas reliquias del aislacionismo es una manifestación funcional del abrazo del país al capitalismo.
En Golem, Kujtim Roci convirtió un búnker junto a la playa en el núcleo de un restaurante y complejo hotelero. En 1991, cuando el comunismo se derrumbaba, él dejó su trabajo como fontanero, y comenzó a destilar raki, la bebida alcohólica nacional de Albania, en un pikë zjarri cerca de su casa. Pidió un permiso del Ministerio de Defensa para convertir el bunker en un restaurante, el Elesio Grill, en nombre de su hijo.
El búnker sirvió primero como una cafetería y bar, con mesas dentro y fuera. Desde entonces, Roci ha construido tres plantas o niveles sobre el búnker, que sigue funcionando como bodega de vino y despensa, ya que ahí dentro la temperatura se mantiene constantemente fresca todo el año. La parte superior de la cúpula sobresale en el centro de la sala comedor de la primera planta, que Roci muestra durante un descanso de su trabajo para freir pescado y enseñarnos su local.
«Los turistas de toda Europa vienen a ver este búnker», dice Roci. «Me ha proporcionado un buen sueldo».
Una serie de búnkers de playa más grandes sirven como restaurantes y cafeterías, pero es más común que se utilicen como baños de las casas, vestidores o camarines, y despensas o alacenas de las pequeñas empresas que alquilan sombrillas de sol y sillas tumbonas a los turistas.
A pocos kilómetros de allí por la costa, Fatmir Kadziju sirve refrescos a un grupo de estudiantes de secundaria de la vecina Kosovo. La forma del búnker de cemento se cierne sobre el partido de voleibol que juegan, dándole algo de sombra. Desafortunadamente, dice, no todos sus vecinos querían mantener estos vestigios descomunales del totalitarismo.
«Siete búnkers como este fueron destruidos en esta área», dice Kadziju. «Es una verdadera lástima, porque debemos cuidarlos para la historia».
En el lugar de nacimiento de Hoxha, Gjirokastër, una de las dos «ciudades históricas» que el dictador trató de preservar en su estilo otomano previo a la Primera Guerra Mundial, un búnker en la base de un acantilado se ha convertido en el pub Elnis, con sofás de cuero artificial negro y la clásica iluminación tenue.
La generación más joven los ve como una bendición para impulsar el turismo. Los artistas de diseño conceptual Elian Stefa y Gyler Mydyti han creado «Los hongos de hormigón», un manual de código abierto para reconvertir búnkers en empresas, que fue lanzado en la Bienal de Venecia de 2012.
«Los búnkers son una parte esencial de la identidad albanesa», dice Stefa, quien nació en la ciudad turística de Vlorë y jugó en los búnkers de la playa cuando era niño, antes de mudarse a Italia después del colapso de la economía albanesa a mediados de los años 90. «Ellos representan 45 años de comunismo que han cambiado este país de muchas maneras. Podrán ser una cicatriz, pero una cicatriz siempre tiene una buena historia que contar». Le preocupa que el país no esté llevando a cabo un plan integral para preservar al menos algunos búnkers, y sugiere que en algunas áreas se conserve la densidad original de búnkers para la posteridad.
Técnicamente, todos los búnkers son propiedad del Ministerio de Defensa de Albania, y en efecto, los empresarios deben solicitar la propiedad. Pero en los locos años 90, el monitoreo del uso de los búnkers, o la fiscalización de las leyes contra su destrucción, no fueron prioridades del gobierno.
Stefa y Mydyti, albaneses étnicos de Prizren, Kosovo, dicen que su objetivo es transformar un símbolo de la incómoda xenofobia en un recurso para la hospitalidad, así como fomentar el turismo ecológico sustentable. Su manual bilingüe proporciona instrucciones detalladas para la conversión de búnkers en campings, quioscos o cafés según su tamaño y ubicación, y luego entrega orientación sobre cómo trabajar con las autoridades locales para llevar a cabo el plan.
Una transformación sugerida permite transformer un búnker en una albergue para dormir con una inversión de solo 150 € (200 US$). Los artistas también proporcionan modelos para la transformación de tramos enteros de playa, e incluso han identificado varios sitios potencialmente lucrativos, con muchos búnkers, según su ubicación, proximidad a sitios de interés turístico, playas y rutas de senderismo.
Stefa es parte de una generación de albaneses educada en el extranjero que recién está retornando a una cambiada Tirana, y no considera que los búnkers sean algo negativo. «Para mí, cuando era un niño, era sólo un búnker», dice. «Era como una gran roca cualquiera. ¿Por qué sentiría curiosidad por una roca en un lugar determinado»? Él recién se interesó cuando alojó amigos no albaneses que se sorprendieron por la novedad de los búnkers. Ahora pertenece a un grupo de jóvenes urbanos que trata de salvarlos, no sólo como objetos de la memoria, sino para fomentar un sutil sentido del humor sobre el atormentado pasado.
Aunque los albaneses están divididos respecto de si un símbolo tan potente de totalitarismo se puede convertir en algo alegre, al menos algunos de la generación vanguardista post-Hoxha quieren literalmente homenajear los búnkers.
La albanesa Zhujeta Cima fundó Bunkerfest en 2010 para «difundir el gusto» por los búnkers y poner el foco en ellos durante un fin de semana de camping, música y diversión. Los Bunkerfest de 2011 y 2012 tuvieron fiestas de baile dentro de búnkers reales, pero aquellos fueron destruidos después. Por eso, Bunkerfest 2013 se llevó a cabo en medio de los búnkers en la montaña Dajti, ubicada a 26 km al este de Tirana, y congregó bandas de música, DJs y asistentes incluso de la antigua Yugoslavia, uno de los enemigos principales de Hoxha.
«Los búnkers fueron construidos por protección militar y se suponía que debían ser utilizados para la guerra», dice Cima, a la vez que sonríe cuando recuerda cómo ella y muchos de sus amigos se daban sus primeros besos en los búnkers. «Ahora estamos tratando de usarlos para difundir el amor por el arte. En vez de destruirlos o dejarlos desaparecer, ¿por qué no convertir el lado negativo de la historia en algo positivo»?
Cientos de miles de búnkers de hormigón salpican el paisaje albanés y adornan las calles de sus ciudades. Nunca fueron utilizados para la defensa civil, pero hoy han sido transformados de sorprendentes maneras.
Los búnkers sirvieron de inspiración y material para la obra del artista Niku Alex Muçaj «Converscene», un escenario permanente y funcional al aire libre que construyó en tres techos invertidos de qendër zjarri como parte de su trabajo de posgrado en diseño postindustrial. Darlos vuelta, dice Muçaj, es un símbolo tangible de transformación, la cual, en su opinión, la sociedad albanesa también debe experimentar. «Quería transformar los búnkers, uno de los símbolos más frecuentes del aislacionismo, en algo que pudiera jugar un rol en el lento proceso de democratización de Albania, algo que pudiese funcionar como un ágora (plaza) griega».
Muçaj añade un pequeño detalle a su escenario que simboliza el futuro post-búnker no resuelto de Albania: cuatro piezas delgadas de barras de refuerzo instaladas en cada esquina del escenario. Explica que a cualquiera que haya conducido por Albania le resulta familiar haber visto muchas casas no terminadas, con barras de metal que sobresalen por la parte superior. «Cuando se construyen casas, muchos albaneses dejan espacio para un tercer y cuarto piso para cuando sus hijos tengan sus propias familias», explica. «Aquí, los travesaños representan mi esperanza para el futuro del país y su continua (re)construcción, tal como una familia planifica el espacio extra».
Hoy en día, es imposible decir cuántas de estas reliquias del antiguo régimen van a encontrar nuevos usos y cuántas serán destruidas. Isufi dice que el búnker que le queda se mantendrá en pie mientras él viva en su casa. Está satisfecho con que su perro pueda dormir dentro del búnker y cuidar su propiedad desde el techo durante el día.
«Nunca se sabe lo que puede pasar», dice. «He visto muchos cambios a lo largo de mi vida».